Viernes 8 de Septiembre de 2006. 21:00 hrs.
Velódromo Estadio Nacional
Ver a Slayer siempre es cosa seria, si no pregúntenle a los pocos desafortunados que perdieron una zapatilla o ambas producto de los empujones y apretujones que comenzaron apenas empezó el show con casi 20 minutos de atraso. Yo estaba entrando al recinto más o menos a las nueve en punto y entiendo perfectamente el atraso. Resulta que cerca de las nueve aún quedaba mucha gente con entrada en las afueras y si el show hubiera empezado justo a la hora se hubieran producido desmanes más que seguro.
Comienza el fervor encolerizado después de la introducción de God Hates Us All y queda la cagada. La gente se vuelve loca. Los de menor estatura que están adelante se asfixian por la falta de aire fresco. Tom Araya y compañía paran un rato para darle a la gente un respiro. Mucha emoción, mucha adrenalina para diez mil personas amantes del metal en una de sus vertientes más agresivas. Además, y siempre se ha sabido, Slayer deja la cagada donde quiera que toquen. Recomendación: Hacerle un nudo ciego a las zapatillas, para no perderlas.
Un respiro y vuelve la locura, aunque más pausada. Ya pasó el susto inicial. La gente que se retiró hacia atrás vuelve al frente, como si se tratara de una guerra. ¡Hay que volver al campo de batalla! Porque eso es un recital de Slayer. ¡Una verdadera guerra! “War Ensemble”, “Die by the Sword”, “Cult”, del nuevo álbum, y uno que otro tema nuevo o al menos no tan clásico surca el aire enrarecido. Siguen los mosh, sigue el desorden, pero ahora más focalizado. Todo el mundo cabeceando y saltando, hasta el último compadre en la tribuna. Así, pasan sus buenos cuarenta minutos. De todo un poco. La segunda parte del show se aboca a lo absolutamente clásico. No falta “Postmortem” ni “Hell Awaits” ni “South of Heaven” Y una sorpresa agradable… “Chemical Warfare” del notable EP Haunting the Chapel”. Hacia el final, más locura colectiva con “Raining Blood” y no, esta vez sin sangre cayendo del cielo como se ve en el DVD. La banda vuelve y… claro, por supuesto, toca “Angel of Death”, canción que es algo así como el top hit de Slayer. Y el velódromo enloquece completamente. Y se acaba todo. Ya pasó Katrina pero a diferencia de ese huracán aquí nadie murió, pero quedaron heridos. La gente no se mueve y empieza a pifiar, pero pronto empieza la musiquita que dice “¡váyanse para la casa que el show terminó!”.
¡Uf! Intenso. Y bueno, como tiene que ser. Además a 17 lucas la entrada no podía ser de otra manera. Y con respecto al sonido, nada que decir, excepto que estuvo impecable, al igual que el juego de luces. Todo absolutamente profesional.
Esta fue la tercera visita de Slayer a Chile, más encima con Dave Lombardo en la batería, como en los viejos tiempos. Lástima que no dijera ni una sola palabra, al igual que King y Hanneman, ya que sólo Tom habla entremedio de las canciones, y bastante poco. Pero así es Slayer, nada de show extra, nada de solos de batería o guitarra, nada de “los de este lado digan yeah, y los de este otro digan yeah”. Como un huracán, Slayer, llega, destruye todo a su paso y desaparece dejando tras de sí solamente los rastros de su inmisericorde destrucción.
Velódromo Estadio Nacional
Ver a Slayer siempre es cosa seria, si no pregúntenle a los pocos desafortunados que perdieron una zapatilla o ambas producto de los empujones y apretujones que comenzaron apenas empezó el show con casi 20 minutos de atraso. Yo estaba entrando al recinto más o menos a las nueve en punto y entiendo perfectamente el atraso. Resulta que cerca de las nueve aún quedaba mucha gente con entrada en las afueras y si el show hubiera empezado justo a la hora se hubieran producido desmanes más que seguro.
Comienza el fervor encolerizado después de la introducción de God Hates Us All y queda la cagada. La gente se vuelve loca. Los de menor estatura que están adelante se asfixian por la falta de aire fresco. Tom Araya y compañía paran un rato para darle a la gente un respiro. Mucha emoción, mucha adrenalina para diez mil personas amantes del metal en una de sus vertientes más agresivas. Además, y siempre se ha sabido, Slayer deja la cagada donde quiera que toquen. Recomendación: Hacerle un nudo ciego a las zapatillas, para no perderlas.
Un respiro y vuelve la locura, aunque más pausada. Ya pasó el susto inicial. La gente que se retiró hacia atrás vuelve al frente, como si se tratara de una guerra. ¡Hay que volver al campo de batalla! Porque eso es un recital de Slayer. ¡Una verdadera guerra! “War Ensemble”, “Die by the Sword”, “Cult”, del nuevo álbum, y uno que otro tema nuevo o al menos no tan clásico surca el aire enrarecido. Siguen los mosh, sigue el desorden, pero ahora más focalizado. Todo el mundo cabeceando y saltando, hasta el último compadre en la tribuna. Así, pasan sus buenos cuarenta minutos. De todo un poco. La segunda parte del show se aboca a lo absolutamente clásico. No falta “Postmortem” ni “Hell Awaits” ni “South of Heaven” Y una sorpresa agradable… “Chemical Warfare” del notable EP Haunting the Chapel”. Hacia el final, más locura colectiva con “Raining Blood” y no, esta vez sin sangre cayendo del cielo como se ve en el DVD. La banda vuelve y… claro, por supuesto, toca “Angel of Death”, canción que es algo así como el top hit de Slayer. Y el velódromo enloquece completamente. Y se acaba todo. Ya pasó Katrina pero a diferencia de ese huracán aquí nadie murió, pero quedaron heridos. La gente no se mueve y empieza a pifiar, pero pronto empieza la musiquita que dice “¡váyanse para la casa que el show terminó!”.
¡Uf! Intenso. Y bueno, como tiene que ser. Además a 17 lucas la entrada no podía ser de otra manera. Y con respecto al sonido, nada que decir, excepto que estuvo impecable, al igual que el juego de luces. Todo absolutamente profesional.
Esta fue la tercera visita de Slayer a Chile, más encima con Dave Lombardo en la batería, como en los viejos tiempos. Lástima que no dijera ni una sola palabra, al igual que King y Hanneman, ya que sólo Tom habla entremedio de las canciones, y bastante poco. Pero así es Slayer, nada de show extra, nada de solos de batería o guitarra, nada de “los de este lado digan yeah, y los de este otro digan yeah”. Como un huracán, Slayer, llega, destruye todo a su paso y desaparece dejando tras de sí solamente los rastros de su inmisericorde destrucción.
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